jueves, 11 de septiembre de 2008

El Esnobismo

Soy un enemigo acérrimo de las barras bravas, considero que, desde su aparición en el mundo pelotero han sido un cáncer que ha mermado el espectáculo y la posibilidad que cientos de niños se acerquen a los estadios junto con sus familias para que les sea traspasado como un legado el amor a la camiseta de su club (seamos honestos, ningún padre en su sano juicio expondría a sus hijos pequeños a un clásico entre Universidad de Chile y Colo - Colo, más aún si este se juega en un recinto tan inseguro como históricamente a sido el del cuadro blanco) o el placer que se tiene al ver a la selección triunfar. Malamente un amigazo me ha endilgado un pasado en estos grupos, y si bien es cierto que creo haber simpatizado con ellos en más de alguna oportunidad (en mis años mozos) la lectura que me ha entregado los años en el tablón es una; las barras bravas son un frasco de petri o un modelo de experimento sociológico donde se puede ver a pequeña escala todos los males que azotan a nuestra sociedad, son el fiel reflejo de un sentir en sectores de la juventud desplazados y sin un sentimiento de arraigo por nada ni nadie, los cuales sacian esa carencia enfundados en una camiseta con la promesa de dar la "vida por sus colores" de ser necesario. Así estos grupos, dan la posibilidad de pertenecer a algo que les niega la sociedad otorgándoles una serie de disvalores basados única y exclusivamente en el color de la camiseta, creando tipos obedientes y obsesionados con acabar con un enemigo aparente solamente por militar en el archirrival o en el contendiente de turno.

A raíz de este fenómeno, de un tiempo a esta parte las diversas sociedades anónimas deportivas y la A.N.F.P han adoptado la mala política de subir el precio de las entradas convirtiendo el fútbol en un espectáculo privativo para la alicaída clase media chilena. En el caso del Torneo Nacional, el pobre espectáculo exhibido semana a semana por los diversos clubes de primera y segunda división (juego lento, carente de técnica, equipos poco agresivos cuando juegan de forasteros, títulos repartidos entre los clubes grandes sumado a una pésima infraestructura) ha mermado la presencia de público en la gradas, que prefieren ver los partidos del fútbol local por t.v o bien, observar ligas más competitivas en televisión abierta y por cable. Sin embargo, en el caso del seleccionado nacional pasa un fenómeno contrario, la gente gusta de los partidos de la selección pues esta goza del factor de agregar a toda la población bajo la camiseta roja de representativo nacional, más aun cuando las cosas en el "equipo de todos" se han puesto en orden desde la llegada e Marcelo Bielsa. Es por esta razón que los personeros del fútbol nacional no han dudado ni un sólo instante en subir el precio de las entradas convirtiéndolas de paso en las más costosas de sudamérica. Las razones pueden ser diversas y en algunos casos más que justificadas(fomentar con las ganancias la competencia interna, pagarle sus merecidísimos honorarios a Bielsa y compañía, tapar los hoyos financieros de administraciones anteriores y un largo etcétera) empero, han causado un efecto similar al de las barras bravas en nuestro país, alejando a las personas que domingo a domingo han pagado sus boletos para ver los partidos de sus equipos o para aquellos que han seguido desde tiempos remotos al seleccionado nacional, es decir al hincha y su familia.

Si tomamos en consideración que la entrada a galería o las tribunas populares como se le conoce en otras latitudes esta a $9.000 (aproximadamente U$ 17) es casi utópico pensar que una familia con ingresos un poco superiores a los $ 300 mil pesos mensuales (U$ 600) pueda concurrir al estadio en masa para apoyar al combinado local. Aunque parezca raro, nuestro país sigue teniendo los mejores records de asistencia en todo el concierto sudamericano ,no precisamente de la gente que ha asistido toda su vida al deporte más bello del mundo sino que gracias a una nueva camada de pseudohinchas que van al estadio los que no esta aficionado al concepto del fútbol y que solamente concurren a estos eventos por estar de moda o por el plus que le puede traer con sus amistades. Así se ha generado una masa de gente esnobista que asiste no precisamente a alentar a nuestro país sino que sólo remitirse a ver el espectáculo. Como dije al principio, esta no es una apología al barra brava cabeza de termo que contamina las canchas del mundo, sino que busca reivindicar la presencia del hincha esforzado, ese que anónimamente le da el elemento necesario y llamativo a los partidos de fútbol en cualquier latitud que lo convierten en un espectáculo único.

Nick Hornby predijo esta situación en su famoso libro "Fiebre en las Gradas" en estas páginas relata como el fútbol ingles (y en particular el Arsenal de sus amores) estaba cambiando radicalmente su hinchada en busca de un público más pudiente; "El Arsenal, el Manchester United y los demás son víctimas de la ilusión de que la gente que paga el precio de la entrada para ver jugar a Paul Merson y a Ryan Giggs, y por supuesto que es así. No obstante, son muchos - las personas que ocupan los asientos que cuestan unas veinte libras y los tipos de tribunas y palcos - los que también pagan por ver cómo ve la gente a Paul Merson o por oír como le gritan a voz en cuello. ¿Quién pagaría por una tribuna si el campo entero estuviera lleno de ejecutivos? El club vende las entradas de tribuna y de palco en el bien entender de que el ambiente es gratis, por lo cual es lícito pensar que el Fondo Norte ha generado tantos ingresos como cualquiera de los jugadores. ¿Quién se va a ocupar del ruido a partir de ahora? ¿Seguirán viniendo al campo los chicos de clase media con sus padres y sus madres, si son ellos los que tienen que generar el ruido y el ambiente? ¿No tendrán la sensación de que los han timado?

Efectivamente, así las cosas, el club les habrá vendido entradas para un espectáculo cuyo mayor atractivo ha sido eliminado precisamente para dejarle sitio a ellos. Un apunte más sobre el tipo de público que el fútbol ha decidido que quiere tener: los clubes tienen que asegurarse de ser muy buenos, de que no habrá años de vacas flacas, porque ese nuevo público no tolerará un solo fracaso"... "Por eso, si no me equivoco, el Arsenal ha apostado por no pasar más rachas de 17 años sin ganar un solo título, tal como ocurrió entre 1953 y 1970 ¿no es eso? Se acabaron los flirteos con el descenso, como en 1975 y 1976, o los lustros en los que no estuvimos presentes en ninguna final, tal como ocurrió entre 1981 y 1987. Nosotros, los ingenuos incondicionales, aguantamos todo eso y mucho más. Al menos estaremos presentes 20.000 de los nuestros, por mal que esté el equipo (y a veces ha estado mal, muy mal, fatal). En cambio, este nuevo público... bueno, yo no estaría tan seguro." A casi 20 años de haber escrito este libro Hornby debe ver horririzado cada fin de semana como su profecía se cumplió, ya que si bien el Arsenal tiene vendido todas sus aposentadurías antes de iniciar el campeonato, el ruido y la magia que se generaba en Highbury ya no existe más en el nuevo y cómodo Emirates.

Ayer fui testigo de algo similar, gracias a la diosa Fortuna mi vieja ganó unas entradas para ver el pleito entre Chile y Colombia, concurrí al estadio para apoyar a la selección y cual fue mi sorpresa que el público de antaño (cariñoso, bullicioso y amante de su seleccionado) ya no existía y había dado espacio a una clase de hincha que desconocía, uno frío, amargo y silente, más parecido a una postal. Chile logró un triunfazo ante los cafeteros, sin embargo, hasta antes del primer gol la gente pifiaba sin consideración al seleccionado que buscaba lavar las heridas que dejó el duelo con Brasil, indiferente a que en esos momentos jugaban el papel más importante, el de apoyar, el estadio me parecía ajeno al de aquellas jornadas donde Chile logró su cupo para el mundial de Francia `98 donde TODOS los presentes sabíamos que marcábamos la diferencia, sin caer en la amenaza burda o en la actitud belicosa, ahora la actitud se resume a lo señalado por un hincha el domingo tras la derrota con Brasil, "pago mi entrada y tengo todo el derecho del mundo a pifiar si no juegan bien", así olvidemosnos de los compromisos desinteresados que antaño tenía la hinchada o eso de hacer sentir la presión, solamente sentemosnos a esperar el próximo partido en que Chile ose a jugar mal para escuchar los "oles" en favor de la escuadra visitante (para humillar más a nuestro combinado patrio) en vez de un apoyo constante descendiendo de todo el estadio. No se trata de una conducta reñida a cualquier canón moral, ético o judicial, se trata de empaparte de los colores de tu selección y estar con ellos cueste lo que cueste y gane quien gane, esos son los hinchas que se necesitan, no los que alientan al contrario cuando el equipo anda mal o son una mera foto de la gente sacrificada y bulliciosa que otrora llenaba el coloso ñuñoíno.

No hay comentarios.: