jueves, 14 de junio de 2007

Morir con las botas puestas


Sé que no es ni el medio para hacerlo ni el día más adecuado para leer o escribir sobre estas cosas, la lluvia moja casi todos los rincones de esta angosta y larga faja de tierra ocasionando colateralmente, la melancolía propia de esta estación. Sin embargo, es difícil extrapolarte de aquellas situaciones que te agobian, más aún siendo tan recientes, durante las últimas semanas, dos personas se han ido de esta tierra cada una regalando algo de si que queda en todos los que tuvimos la dicha de conocerlas o alcanzarlas a conocer. Una de ellas (la otra, lamentablemente jamás alcanzó a abrir sus ojos o decir sus primeras palabras) fue una figura que siempre represento un respeto bárbaro, un apoyo incondicional pero por sobre esto, fue uno de esos afectos sinceros que empiezan desde la más tierna infancia y se prolongan hasta estar hecho todo un hombre.

Él era de esas personas que tú agradeces que haya estado sentado contigo durante horas alrededor de una mesa bien provista, contándote acerca de como es recorrer un país en camión, del secreto para tomar el taco de pool o como conservar siempre bien la mantención de un auto (sobre todo por cuanto quería los fierros) Un viejo loco y lindo con el cual las horas pasaban de largo, atónitas ante las miles de historias que aún quedaban y que merecían ser contadas. Lamentablemente, esas horas fueron las que faltaron al final, eso más comprender que el cerebro humano comienza a agotarse, que tu mente se pierde, se confunde y que miles de cosas que salen de tu boca son sólo desvaríos y no el reflejo de tus sentimientos. A pesar de esto, se conservan siempre los recuerdos, las sonrisas, los consejos y en último caso el consuelo que él se fue en su ley, haciendo lo que siempre más le gusto, estar metido entre esos fierros, no importando nada, ni los consejos sobre los resfriados mal cuidados ni el riesgo que un hombre de su edad podría correr al exponerse así. Para que oírlos, no valía la pena, que iban a entender ellos de la alegría que para él representaba ver a su "cacharro", jamás iban a comprender que fue el motivo para levantarte todas estas mañanas luego que ella murió... Era hacer ronronear ese motor, mirar el movimiento constante de correas y pistones lo que te mantenía vivo, alerta. Tener ese auto a punto, con bencina y reluciente, cual espejo, listo para salir a cazar con tus amigotes y contemplar esos maravillosos amaneceres en la niebla. No me puede desperdir bien de él aquel día en el cementerio, la fiebre con suerte me permitía estar de pie, sin embargo, desde acá, con la lluvia mojando casi todos los rincones de esta angosta faja de tierra, le mando todas las gracias del mundo por estar conmigo, por ayudarme, por darme tantas tardes de conversaciones increibles, por el cariño y sobre todo por enseñarme de la vida. Donde quiera que este, le envió esta historia pelotera (como las muchas que escuchaste pacientemente...) ya que como él...ellos también se fueron de este mundo con las botas bien puestas.

"Corre 1942, las tropas nazis han invadido la URSS y ocupan Kiev, capital ucraniana. Josif Kordik, dueño de la Panadería Nº 3, almuerza en un restaurante cuando divisa en la vereda del frente a Nikolai Trusevich, arquero del popular Dínamo. La guerra ha obligado a disolver el equipo y sus jugadores se han dispersado. El gigante Trusevich -hambriento y muerto de frío- recién ha salido de un campo de prisioneros y deambula sin saber dónde dormir.
La reacción natural del hincha habría sido pedirle un autógrafo al ídolo. Kordik no sólo hace eso: le ofrece trabajo como barrendero. Colaboracionista alemán, ve pronto una oportunidad única. Gracias a Trusevich recluta en su fábrica a una docena de las mayores estrellas del balompié local. "Me escondía en la casa de mi suegra. Nikolai me contó la idea y lo ayudé a encontrar al resto de los muchachos", relata el wing Makar Goncharenko. Los desesperados cracks reciben comida y techo cuando el país está en ruinas.

Hasta aquí podría ser una historia ejemplar. Pero Kordik no es un tipo misericordioso y aprovecha su poder para crear un equipo personal que entrena en el patio de la panadería. Simpatizantes comunistas, los jugadores deciden que su camiseta sea de un color rojo furioso. Así nace el FC Start, una verdadera selección de Kiev que sin saberlo camina al matadero. "No tenemos armas, pero venceremos en la cancha a los fascistas bajo los colores de nuestra bandera", proclama el arquero Trusevich antes del primer partido oficial, que juegan con botas de trabajo y overoles recortados.

Los nazis usaron al fútbol como instrumento de propaganda. Quisieron organizar el abortado Mundial de 1942 y dos semanas antes de la caída de Berlín aún se jugaban partidos de copa. Un equipo de la anexada Austria, el Rapid de Viena, figura como campeón de la temporada 1941 del balompié alemán. En cada país ocupado se organizaron torneos para brindar a la población una falsa sensación de normalidad. Eso sucedió en Ucrania. En la extraña liga creada en 1942 participaron seis cuadros. Cuatro representaban a ejércitos del Eje. El quinto era el Rukh, formado por colaboracionistas locales; el sexto, el FC Start, que en el primer partido aplastó por 7 a 2 a sus compatriotas.

Kordik los había obligado a participar pese al evidente riesgo. La caridad de sus compatriotas les permitió comprar calcetines y pantalones cortos para los siguientes encuentros. Sin querer, el Start se había convertido en símbolo de la resistencia y en un buen negocio. Jugando en un pequeño y atiborrado estadio siguió goleando sin piedad a sus rivales. El 6 de agosto se coronó campeón invicto humillando por 5 a 1 al Flakelf, el invencible seleccionado de la Luftwaffe. "Pese al marcador, ambos equipos fueron parejos", informó una escueta nota de prensa nazi.
Al día siguiente los alemanes tapizaron Kiev con carteles que anunciaban una innecesaria revancha, que se jugaría dos días después. Ese caluroso domingo 9 de agosto, el Estadio Zenit estaba repleto. En la tribuna, oficiales nazis; en las galerías, el pueblo ucraniano custodiado por soldados y mastines. El árbitro advirtió al Start que debía saludar a sus rivales con un sonoro "Heil, Hitler". En vez de ello, en la cancha los ucranianos se golpearon el pecho y gritaron a la usanza comunista.

El primer tiempo fue un festival de patadas que el réferi no quiso ver. Trusevich permaneció varios minutos inconsciente luego de ser golpeado en la cabeza y, sin arquero, los germanos abrieron la cuenta. Pese al robo, los de rojo se fueron al descanso venciendo por tres a uno, con dos tantos del goleador Ivan Kuzmenko. Las graderías hervían y el comandante de ocupación Eberhardt era insultado por un verdadero coro popular.

En el entretiempo, un oficial nazi entró al camarín del Start. "Deben comprender las consecuencias de sus actos", les advirtió. Sin embargo el orgullo fue más fuerte y los rojos vencieron por 5 a 3. El árbitro suspendió el partido luego de que Aleksei Klimenko, defensa ucraniano, gambeteó a medio equipo rival, llegó hasta la línea de gol y en vez de anotar volvió caminando con el balón al círculo central. La multitud enloqueció e incluso soldados húngaros y rumanos, aliados alemanes, participaron de revueltas en las afueras del estadio.

Extrañamente, el fin de semana siguiente el FC Start volvió a jugar y goleó por 8 a 0 al Rukh. Pero dos días después nueve de sus jugadores fueron detenidos por la Gestapo y acusados de sedición. El volante Nikolai Korotkykh fue ejecutado en el acto: su propia hermana lo había denunciado como espía ruso. Tras semanas de torturas el resto fue enviado al tenebroso campo de concentración de Siretz. Luego de un ataque de partisanos ucranianos se ordenaron fusilamientos selectivos como amedrentamiento. Kuzmenko, Klimenko y el arquero Trusevich fueron ejecutados. Sus cuerpos fueron lanzados a un barranco.

Sólo cuatro miembros del FC Start sobrevivieron hasta la liberación rusa. Lo que vino fue absurdo. Autoridades estalinistas los acusaron de traición por confraternizar con el enemigo y sólo salvaron la vida jurando guardar silencio para siempre. Pero su leyenda crecía en Ucrania y en los años 60 salió a la luz. La adornada historia oficial establecía que luego de la victoria contra los nazis los once jugadores del equipo, aún uniformados, habían sido fusilados en un risco con los puños en alto. Esa versión fue recogida por el uruguayo Eduardo Galeano en su relato "La Pelota como Bandera".

Tras la caída de la URSS se conoció la verdad. Makar Goncharenko era el único miembro del FC Start que aún vivía y por fin pudo hablar. Poco antes de fallecer en 1996 conversó con el periodista inglés Andy Dougan, autor del libro "Dínamo: Defendiendo el honor de Kiev" (recientemente publicado en español). El viejo lateral tenía la película muy clara y no se creía un héroe: "Mis amigos no murieron porque fueran grandes jugadores, murieron como tantos otros porque dos regímenes totalitarios se enfrentaron. Estábamos condenados a ser víctimas de una masacre a gran escala".

En Ucrania, los jugadores del FC Start hoy son héroes patrios y su ejemplo de coraje se enseña en los colegios. En el estadio Zenit una placa reza "A los jugadores que murieron con la frente en alto ante el invasor nazi". Y quienes conservan una entrada del partido más triste de la historia tienen asegurado de por vida el pase gratis para alentar al Dínamo de Kiev" (aportado por http://www.unsentimiento.cl/)

1 comentario:

Gustavo Varas dijo...

Puta pancho, esto es una clase magistral de la nostalgia, y del sentimiento que el futbol conlleva, más allá de 22 jugarodes en una cancha, sino el trasfondo politico, económico, cultural, por sobretodo, emocional. Nunca había escuchado esta historia, no se si la mencionaste cuando diste tu teroía de que a los rusos se los han puesto siempre. Pero me deja ese sabroso gustillo a melancolía, mezclado con algunas gotas de honor. Un abrazo enorme y gracias por este post, que está tremendo.